A veces yo también
temo claudicar,
o para desdramatizar,
temo no querer seguir.
Si por amar
tanto he de sufrir,
si debo luchar
contra mis miedos
y los suyos.
Ya el placer
se hace tristeza
cuando descubro
en su cabeza
tantas sombras
y tantas dudas.
A veces sólo
con ver almas no alcanza,
a veces la esperanza
se empaña
y tiñe tanto las cosas
de su color preferido
que lo sufrido
recordamos luego
como naderías.
Pero no es mi fuego
el que me lacera,
mi única condena
es su hielo eterno
y su cobardía.
Yo casi suicida
y ella tan cuidadosa,
Yo en mi averno
y ella en tu paraíso.
No puedo pretender
que quiera emprender
la marcha dolorosa
desde su cómoda vida
a mis campos de batallas.
En su mundo
no tengo cabida,
ni presente, ni futuro
y en mi duro
pervivir del día a día
un alma aterida
no puede dar un paso.
A veces el ocaso
solitario y desterrado
me habla de mis hados
de hombre solo.
A veces tanto lloro
por mí y mi fracaso.
Acaso, si esto termina,
pasaré de ella
como otra historia.
Pero mi vida es otra cosa,
yo no puedo ir
de rosa en rosa
y olvidar la más amada
mujer que me ha querido
y un día en un descuido
me dijo que me amaba
pero después
no pudo sostenerlo
y que yo tampoco
pude convencerla
de querer estar enamorada.