17 octubre, 2007

Laberinto

Para llegar a su alma
hay que recorrer un laberinto
que cambia y suma peligros
de manera permanente.
Para llegar a su mente
hay que olvidar los senderos seguros
y casi sin ningún apuro
dirigirse directo al abismo,
hay que olvidarse de sí mismo
y entregarse a sus caprichos.
Acaso haya que ser adivino
o abandonar la propia suerte
al humor de turno del destino
y jugarse el corazón siempre
y saber que el siguiente
paso puede ser el último,
o sólo uno más, o nada.

No alcanzan los abracadabras
ni los conjuros
cuando la vida y su amor
siempre inseguros
pueden irse y después volver
e irse nuevamente sin resolver
nunca su sentido.
No hay un mapa permanente
y todo cambia como las mareas,
pero es su única manera
y lo tomas o lo dejas
que su alma perpleja
es el tesoro más grande.
Y más que valiente
de sangre caliente
hay que ser suicida,
y la sangre fría
debe apagar los miedos.

Tal vez si yo me quedo
siempre a su lado
y admiro su preciado
genio tan errabundo,
quizás llegue a los más profundo
de su mundo
y así pueda hacerlo mío.