26 noviembre, 2005

Te ofrezco un trato

Esta medianoche
que me encuentra tan despierto,
con los ojos bien abiertos
y amargamente incrédulo
de todos mis pensamientos
y de las cosas que siento
que vos disfrutás conmigo.
Por pensarte tanto siempre
por los signos de los signos.
Por andar siempre con sigilo extremo
es que ahora temo
haberme equivocado tanto.
Y en lo que creí placer dulcísimo
se me abre ahora la duda
de tu sacrificio
por contentarme.
Y si hay algo que no quiero es eso.
No quiero que mis besos
te harten algún día.
No quiero que mis excesos
cansen tu alegría.
Debo buscar un equilibrio,
pero no puedo solo.
Y mis soliloquios
deben crecer en diálogo
y mi soledad en compañía.
Sabemos que vivimos
a un ritmo distinto la vida,
pero eso no obliga
a callar por no herir,
o preferir sufrir
a generar dudas.
Acaso fuera éste
un pequeño desencuentro,
un adentro que hay
que sacarlo afuera
para que el placer brote
en nuestra cama
y no canse y agote
el amor que apenas nace.
Todo problema que subyace
algún día sale a flote.
Hagamos que éste nade
y llegue a un buen puerto.
Que tu corazón abierto
no se merece malos ratos.
Por eso te ofrezco un trato:
No te calles nunca
y no temas hacer preguntas
o dar siempre tus respuesta.
Que mi alma está dispuesta
a escuchar tu alma
con su belleza que emana
de mis cosas bellas.
No admito riñas ni querellas
cuando nuestra estrella
apenas se asoma.
Dejemos que las sombras
se apaguen y se vayan.
Que las bocas que callan
nunca logran nada.