28 octubre, 2005

El don de la conciencia

Veloz el tiempo
se sucede indiferente
y pasa por la gente
como fantasma.
Es una carga
que llevamos todos los vivos
que sufrimos lo sufrido
con tantas ganas
y gozamos apenas
lo que es digno
de tanto gozo.
Acaso los dioses no quieran
tanto pesar, tanta quimera,
pero sepan
que no es para cualquiera
el don de la conciencia
de entender la vida como premio
y no como tragedia.
Tal vez el paraíso
y el infierno
fueran el castigo
y el gran premio
de nuestro disfrute
y no de nuestros pecados.
Y los ángeles alados
o cualquier hado imaginario
no nos guarden de los males
y todos los pesares
dependan casi por entero
de nosotros.
Y el destino que creemos
tan ajeno
pueda ser un poco bueno
si ponemos la vida
en la balanza
diariamente, sin tardanzas
y no al final de nuestras vidas.
Y si la fe no alcanza
busquemos en la alegría,
en el disfrute y en los sueños
las fuerzas necesarias.
Que es preciso ser muy trueno
para imperar en la tormenta
y que el mundo sepa
que vinimos y partimos,
pero al demorarnos
supimos estar vivos.