28 enero, 2006

Torpe rezo

Me ha atrapado un dios
en sus redes de milagros.
Yo que en tantos años
en mi lógico cerebro
había vencido al Verbo
y el cielo y el infierno
eran solamente parábolas.
Mi vida no necesitó de dioses,
de seres increíbles
que me hicieran posible
seguir vivo.
Y así transcurrieron
felicidad y desengaños
e innúmeras soledades.
Porque desnudo de deidades
también estuve solo,
pero jamás presicé de su compañía.
Luego de una década
de amarga vida,
de largos días
de días iguales,
sin avisos ni señales
y sin merecimiento
y acaso sin escarmiento,
sucedió el portento
que de un golpe hizo trizas
mi terca filosofía
de ateísmo.
Ahora que no soy el mismo
de hace unos meses,
ahora que en mi alma crece
el insólito desvelo
por dejar de ser ciego
y ver al dios terrible
que derribó mis murallas
con la inesperada metralla
que emanan de los ojos
de mi amada,
que de los despojos
de mi alma oscura
hacen una luz que perdura
y no se apaga nunca.
Un dios terrible ha dejado trunca
mi amargura.
Un dios de la tormenta
ha dejado en mi puerta
el más rico tesoro.
Ahora yo le imploro
en torpe rezo
que no deje que este suceso
se haga historia
que se olvida
y que mi memoria
no conozca la agonía
de perder la gracia divina
y que duren para siempre
los efectos de su gracia.